18 feb 2011

Un árbol florecido de lilas. Cuento

Publicado por Analía



Un árbol florecido de lilas




UNO

El se sentó a esperar bajo la sombra de un árbol florecido de lilas.

Pasó un señor rico y le preguntó:
-¿Qué hace usted, joven, sentado bajo este árbol, en lugar de trabajar y hacer dinero?
Y el hombre le contestó:
-Espero.

Pasó una mujer hermosa y le preguntó:
-¿Qué hace usted, hombre, sentado bajo este árbol, en lugar de conquistarme?
Y el hombre le contestó:
-Espero.

Pasó un chico y le preguntó:
-¿Qué hace usted, señor, sentado bajo este árbol, en vez de jugar?
Y el hombre le contestó:
-Espero.

Pasó la madre y le preguntó:
-¿Qué haces, hijo mío, sentado bajo este árbol, en vez de ser feliz?
Y el hombre le contestó:
-Espero.


DOS

Ella salió de su casa dispuesta a buscar.
Cruzó la calle.
Atravesó la plaza.
Y pasó junto al árbol florecido de lilas.
Miró rápidamente al hombre.
Al árbol.
Pero no se detuvo.
Había salido a buscar.
Y tenía prisa.

El, con una sonrisa, la vio pasar.
Alejarse.
Hacerse un punto pequeño.
Desaparecer.
Y se quedó mirando el suelo nevado de lilas.

Ella fue por el mundo a buscar.
Por el mundo entero.

En el Norte había un hombre con los ojos de agua.
Ella preguntó:
-¿Sos el que busco?
-No lo creo. Me voy –dijo el hombre con los ojos de agua.
Y se marchó.

En el Este había un hombre con las manos de seda.
Ella preguntó:
-¿Sos el que busco?
-Lo siento. Pero no. –dijo el hombre con las manos de seda.
Y se marchó.

En el Oeste había un hombre con los pies de alas.
Ella preguntó:
-¿Sos el que busco?
-Te esperaba hace tiempo. Ahora no –dijo el hombre con los pies de alas.
Y se marchó.

En el Sur había un hombre con la voz quebrada.
Ella preguntó:
-¿Sos el que busco?
-No. No soy yo –dijo el hombre con la voz quebrada.
Y se marchó.


TRES

Ella siguió por el mundo buscando.
Por el mundo entero.
Una tarde, subiendo una cuesta, encontró a una gitana.
La gitana la miró y le dijo:
-El que buscas te espera en el banco de una plaza.

Ella recordó al hombre con los ojos de agua.
Al hombre que tenía las manos de seda.
Al de los pies de alas.
Y al que tenía la voz quebrada.
Y después se acordó de una plaza.
Y de un árbol con las flores lilas.
Y de aquel hombre que, sentado a su sombra, la había visto pasar con una sonrisa.

Dio media vuelta y empezó a caminar sobre sus pasos.
Bajó la cuesta.
Y atravesó el mundo.
El mundo entero.
Llegó a su pueblo.
Cruzó la plaza.
Caminó hasta el árbol florecido de lilas.
Y le preguntó al hombre que estaba sentado a su sombra:
-¿Qué hacés aquí, sentado bajo este árbol?

El hombre que estaba sentado en el banco de la plaza le dijo, con la voz quebrada:
-Te espero.

Después levantó la cabeza.
Y ella vio que tenía los ojos de agua.
Le acarició la cara.
Y ella supo que tenía las manos de seda.
La invitó a volar con él.
Y ella supo que tenía también los pies de alas.



Autora: María Teresa Andruetto
Colección Dulce de Leche
Editorial Nuevo Siglo S.R.L.






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EL GLOBO AZUL. Por Julia Rossi

Publicado por Analía



EL GLOBO AZUL



-¡Las compras! ¡No hice las compras! –exclamó afligida Luisa.
Eran las 11.
Luisa tomó la canasta, no se sacó el delantal. Había intentado hacer una sopa pero no tenía zapallo, ni papas, perejil tampoco.
La verdulería quedaba a tres cuadras.
Luisa abrió la puerta del departamento, salió y cerró con llave previo golpecito. ¿Cuándo arreglaré la cerradura?, pensó.

Recorrió el largo pasillo, bajó lentamente la escalera, escalón por escalón, bien aferrada a la barandilla. Pesaban los 10 años de viudez, la ausencia de los hijos, la lejanía de los nietos. “Sopa con zapallo y perejil para Carlitos”. “Mucho, abuela”. “Aprendé de tu hermano, tomó la sopa”

A Luisa le tembló la mano cuando apretó el picaporte de la puerta de calle. “El abuelito no resistió la operación, el corazón estaba muy débil”.

Al abrir la puerta, el sol la encandiló. Cuando se repuso del impacto de la luz, vio un globo azul en la vereda, al lado de ella, a los pies. Luisa miró a un lado y al otro, buscando al niño que había extraviado el globo azul. Nadie. Levantó la vista; en los balcones no había niño, ni hermano, ni empleada, ni madre, reclamando el globo azul.

-¡Un globo! ¡Oigan!

Luisa bajó la vista al globo que permanecía a los pies.
-¿De dónde saliste vos? –Luisa sacudió la cabeza como para alejar ideas, porque le pareció ¡qué locura! ¿El globo le había sonreído? ¡No! No puede ser, los globos no sonríen.

Luisa caminó, el globo también, siempre a los pies. Al llegar a la esquina Luisa se detuvo, el globo azul también.
De pronto, en la otra esquina, transversalmente, apareció un hombre canoso. Vestía camisa blanca, pantalón marrón, chaleco gris.

El hombre cruzó la calle, se acercó a Luisa que no salía del asombro, porque la aparición de este señor como la del globo fue misteriosa, y preguntó:
-¿El globo es suyo?
-¡No!
-Entonces se lo llevaré a mis nietos.
El hombre canoso tomó el globo azul y desapareció.

Luisa dio la vuelta y regresó al departamento; olvidó las compras. Subió la escalera de prisa, nunca antes lo había hecho, sintió algo extraño en su interior. ¿Qué le estaba sucediendo?
Abrió la puerta del departamento previo golpecito. Al pasar por el espejo del living se detuvo a mirarse: Demasiadas arrugas, pensó, y recordó lo que había vivido minutos antes. No entendía nada.

Esa tarde, a las 4, se acordó de que aún no había hecho las compras. ¡Qué descuido!
La verdulería quedaba a tres cuadras.
Tomó la canasta, antes de salir se acercó al espejo “espejito mágico”. Bajó la escalera. Al abrir la puerta de calle, el sol la encandiló. Cuando se repuso del impacto de la luz, vio el globo azul en la vereda, al lado de ella, a los pies.
Luisa miró a un lado y al otro. Nadie. En los balcones, no había niños, ni hermanos, ni empleada, ni madre, reclamando el globo azul.

-¡Oigan! ¿De quién es este globo?

Luisa nerviosa caminó hacia la esquina, el globo también, siempre a los pies. Al llegar a la esquina se detuvo, el globo azul también.
De pronto, apareció el hombre canoso que transversalmente cruzó la calle. Luisa tembló y un rubor afloró en sus mejillas. Le ardían.

El hombre canoso la miró y le preguntó:
-¿El globo azul es suyo?
-¡No!
-Entonces se lo llevaré a mis nietos.
El hombre canoso tomó el globo azul y desapareció.
Luisa demoró en dar la vuelta; pensativa, algo más que alegre, regresó al departamento.

Esa noche no pudo dormir. Los ojos del hombre canoso estuvieron presentes en ella casi todo el tiempo. ¡Al fin!, durmió una noche nueva.

A las 11 de la mañana del otro día se acordó de que aún no había hecho las compras. La verdulería quedaba a tres cuadras.
Tomó la canasta, se sacó el delantal, arregló sus cabellos, alisó su vestido nuevo, calzó los zapatos y dibujó una sonrisa.
Bajó la escalera deprisa.

-Adiós, doña Luisa. ¡Qué bien se la ve hoy!
-Gracias Valentina.

Luisa abrió la puerta de calle; el sol la encandiló. Cuando se repuso del impacto de la luz vio el globo azul en la vereda, al lado de ella, a los pies.
Repitió el movimiento de mirar a un lado y al otro. Nadie reclamaba el globo, en los balcones tampoco.

Caminó nerviosa hacia la esquina, el globo azul también.
De pronto, apareció el hombre canoso.
Luisa lo esperaba.
El hombre canoso cruzó transversalmente la calle. Luisa sonrió al sentir la cercanía del hombre.

El la miró a los ojos. Ella se ruborizó. El hombre canoso bajó la mirada y le preguntó al globo azul:
-¿Es suya esta abuela?
-¡No! –contestó el globo.
-Entonces se la llevaré a mis nietos.
El hombre canoso le ofreció el brazo derecho a Luisa.
-¿Me acompaña?
Caminaron juntos por la vereda, el globo azul también.


Autora: Julia Rossi
Colección Dulce de Leche
Editorial Nuevo Siglo S.R.L.








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Love Me Tender… in Black & White

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15 feb 2011

NOCUENTOS. Rafael R. Valcárcel

Publicado por Analía

BUSCANDO EN UNA MALETA

Una de mis últimas adquisiciones, para mi colección privada de objetos curiosos, fue la fotocopia de una denuncia traspapelada entre los archivos de la policía. En concreto, provenía de la comisaría ubicada en la calle Leganitos de Madrid, aunque tres meses después el original fue solicitado por el mismo Ángel Acebes, cuando ejercía el cargo de ministro del Interior -su firma consta en el cuaderno de retiros-. Ahora bien, retomando lo que nos trae a este asunto, el documento en cuestión decía: “Gustavo Salinas Luza, indocumentado, ha sido descubierto en el interior de una maleta. Viajaba de polizón en el vuelo 578AL de Iberia con escala en Miami…”. Y finalizaba con una anotación en rojo: “Mantener el caso en reserva. 11S sigue fresco”. Dicha indicación fue la razón del porqué ningún medio se hizo eco del acontecimiento, puesto que nunca se enteraron de lo ocurrido.

Ocho meses más tarde, cuando conseguí dar con el paradero de Gustavo Salinas, agregué a mi colección la entrevista que gentilmente me concedió.

La primera impresión que tuve sobre él, al leer la denuncia, fue la de un muchacho de escasos recursos económicos, pero compensados por su gran valentía y audacia. Al conocerle personalmente, me sorprendí por haber atinado en sólo una de esas tres características. Don Gustavo Salinas Luza, señor que superaba los 60 años, era un acaudalado empresario que anteponía sus deseos al miedo.

Antes de cumplir los cuarenta, el señor Salinas ya había forjado una gran fortuna, llegando a ser el dueño de los 17 mercados de abasto de su ciudad. No obstante, durante todos esos años de trabajo, siempre estuvo acompañado por esa clase de tristeza que dejan las grandes alegrías al irse. Sin embargo, él no recordaba ese momento de felicidad. Por tanto, pensó que sólo se trataba de una insatisfacción que provenía de la pobreza de su infancia y que desaparecería al convertirse en un hombre rico, pero el malestar no cesó.

Una mañana, antes del desayuno, Gustavo visitó a su madre con la intención de obtener alguna pista sobre su pesar. Sin mucho que cavilar, ella creyó conocer la causa y le contó lo ocurrido cuando él tenía unos 5 años: “Tu tío Esteban prometió llevarte a Europa, a España. Lo hizo como una gracia, pensando que no te lo tomarías en serio. Pero tú todos los días le recordabas esa promesa y él, por salir del paso, te seguía el juego. La noche anterior al viaje, por casualidad, te enteraste de su partida. Perdiste el control, llorabas a mares y gritabas como un loco. Él, para calmarte, te dijo que te llevaría en su maleta. Era una maleta vieja, llena de agujeros, la única que teníamos en casa.

Qué tiempos pasamos, ¿no? Bueno, tú la vaciaste y te metiste dentro. Tu hermana te ayudó. La cerró. Al día siguiente, Esteban te sacó dormido de ahí, guardó nuevamente sus cosas y se fue. No sabes cómo lo odié después, y a mí por odiarlo, no sabes cuánto lo quería, era mi hermano preferido. Sé que no te podía llevar en una maleta, no soy estúpida, pero por qué demonios te hizo esa promesa. Bastaba con decirte desde un principio que debía viajar solo. Casi te me mueres, pequeño. No comías, no jugabas…”.

Don Gustavo Salinas hizo los arreglos necesarios en su empresa para emprender el primer viaje de su vida -nunca había salido de su ciudad- y partió a España con la intención de quedarse. No obstante, trascurrido un año, notó que su malestar seguía. Después de meditar sobre el tema, recordó que su tío había realizado la travesía en barco… y él lo hizo igual, pero nada. Incluso compró y restauró el navío en el que viajó su tío y, además, siguió la misma ruta… pero nada.

Tras agotar todas las posibilidades relativamente lógicas, decidió ir a España dentro de una maleta, a sus 54 años. En medio del trayecto, recordó aquella remota felicidad. La noche previa a la partida de su tío, Gustavo dejó volar su mente y viajó en el interior de la maleta a todos los sitios que él pudo crear, incluyendo a una Europa formada por recortes de realidad y fantasía, de épocas entrecruzadas... y así soñó hasta quedarse dormido al amanecer. A sus 5 años, ese rectángulo agujereado significó la puerta que lo comunicó con su más sublime imaginación, la que quedó bloqueada cuando se marchó su tío, la que comenzó a abrirse cuando se atrevió a buscar.

por Rafael R. Valcárcel



Rafael R. Valcárcel
Nació el 26 de agosto de 1970, a diez minutos de un río y a tres horas del mar (Arequipa, Perú).
En 1987 se traslada a Lima por estudios, en el 97 se establece en La Paz por trabajo y en el 2002 cruza el Atlántico por razones emocionales. Actualmente vive en Madrid.

Desde su infancia, antes de dormir, le gustaba crear historias con la intención de continuarlas en el mundo onírico… consiguiéndolo algunas veces; las suficientes para no perder el interés por soñar.

Más que un escritor, Rafael R. Valcárcel se considera un creador de historias, empleando distintos géneros para plasmarlas.

En la última década, ha colaborado con una serie de medios de comunicación físicos y digitales. Desde finales de 2006, escribe las historias que envía NoCuentos.com.

http://www.nocuentos.com